El día del libro es día de homenaje a la lectura y a los innumerables lectores de obras literarias en el mundo. El escritor Julio Garmendia desarrolló un texto de homenaje a la ficción que transcribo hoy para conmemorar la creación humana en palabras.
El Cuento Ficticio de Julio Garmendia
HUBO UN TIEMPO en que los héroes de historias éramos todos
perfectos y felices al extremo de ser completamente inverosímiles. Un día vino
en que quisimos correr tierras, buscar las aventuras y tentar la fortuna y,
andando y desandando de entonces acá, así hemos venido a ser los descompuestos
sujetos que ahora somos, que hemos dado en el absurdo de no ser absolutamente
ficticios, y de extraordinarios y sobrenaturales que éramos nos hemos vuelto
verosímiles, y aun verídicos, y hasta reales… ¡Extravagancia! ¡Aberración!
¡Como si así fuéramos otra cosa que ficticios que pretendemos dejar de serlo!
¡Como si fuera posible impedir que sigamos siendo ilusorios, fantásticos e
irreales aquellos a quienes se nos dio, en nuestro comienzo u origen, una
invisible y tenaz torcedura en tal sentido! Yo –¡palabra de honor! – conservo
el antiguo temple ficticio en su pureza. Soy nada menos que el actual
representante y legítimo descendiente y heredero en línea recta de los
inverosímiles héroes de Cuentos Azules de que ya no se habla en las historias,
y mi ideal es restaurar nuestras primeras perfecciones, bellezas e idealismos
hoy perdidos: regresar todos —héroes y heroínas, protagonistas y personajes,
figuras centrales y figurantes episódicos— regresar, digo, todos los ficticios
que vivimos, a los Reinos y Reinados del país del Cuento Azul, clima feliz de
lo irreal, benigna latitud de lo ilusorio. Aventura verdaderamente imaginaria,
positivamente fantástica y materialmente ficticia de que somos dignos y capaces
los que no nacimos sujetos de aventuras policiales de continuación o falsos
héroes de folletines detectivescos. Marcha o viaje, expedición, conquista o
descubrimiento, puestos bajo mi mando supremo y responsabilidad superior.
Mi primer paso es reunir los datos, memorias, testimonios y
documentos que establecen claramente la existencia y situación del país del
Cuento Inverosímil. ¿Necesito decirlo? Espíritus que se titulan fuertes y que
no son más que mezquinos se empeñan en pretender que nunca ha existido ni puede
existir, siendo por naturaleza inexistente, y a su vez dedicarse a recoger los
documentos que tienden a probar lo contrario de lo que prueban los míos: como
si hubiera algún mérito en no creer en los Cuentos Fabulosos, en tanto que lo
hay muy cierto en saber que sí existieron. Como siempre sucede en los
preámbulos de toda grande empresa, los mismos que han de beneficiar de mis
esfuerzos principian por negarse a secundarme. Como a todo gran reformador, me
llaman loco, inexperto y utopista… Esto sin hablar de las interesadas
resistencias de los grandes personajes voluminosos, o sea los que en gruesos
volúmenes se arrellanan cómodamente y a sus anchas respiran en un ambiente
realista; ni de los fingidos menosprecios de los que por ser de novela o
novelón, o porque figuran en novelín, lo cual nada prueba, se pretenden
superiores en rango y calidad a quienes en los lindes del Cuento hemos nacido,
tanto más si orígenes cuentísticos azules poseemos.
Pero no soy de aquéllos en quienes la fe en el mejoramiento
de la especie ficticia se entibia con las dificultades, que antes exaltan mi
ardor. Mi incurable idealismo me incita a laborar sin reposo en esta temeraria
empresa; y a la larga acabaré por probar la existencia del país del Cuento
Improbable a estos mismos ficticios que hoy la niegan, y hacen burla de mi fe,
y se dicen sagaces sólo porque ellos no creen, en tanto que yo creo, y porque
en el transcurso de nuestro exilio en lo Real se han vuelto escépticos,
incrédulos y materialistas en estas y otras muchas materias; y no solamente he
de probarles, sino que asimismo los arrastraré a emprender el viaje, largo y
penoso, sin duda, pero que será recompensado por tanta ventura como ha de ser
la llegada, entrada y recibimiento en el país del Cuento Ilusorio, cuyo solo
anuncio ya entusiasma, de las turbas de ficticios de toda clase y condición,
extenuados, miserables y envejecidos después de tanto correr la Realidad y para
nunca más reincidir en tamaña y fatal desventura.
Algunos se habrán puesto a dudar del desenlace, desalentados
durante la marcha por la espera y la fatiga. No dejarán de reprocharme el
haberles inducido a la busca o rebusca del Reino Perdido, en lo cual, aun
suponiendo, lo que es imposible, que nunca lo alcanzáramos, no habré hecho sino
realzarlos y engrandecerlos mucho más de lo que ellos merecen; y como ya
empezarán por encontrarlo inencontrable, procuraré alentarlos con buenas
palabras, de las que no dejará de inspirarme la mayor proximidad del Cuento
Irreal y la fe que tengo y me ilumina en su final descubrimiento y posesión. Ya
para entonces he de ser el buen viejo de los cuentos o las fábulas, de luengas
barbas blancas, apoyado en grueso bastón, encorvado bajo el peso de las
alforjas sobre el hombro; y al pasar por un estrecho desfiladero entre rocas o
por una angosta garganta entre peñas, y desembocar delante de llanuras, esto al
caer de alguna tarde, extendiendo la mano al horizonte les mostraré a mis
ficticios compañeros, cada vez más ralos y escasos junto a mí, cómo allá lejos,
comienza a asomar la fantástica visión de las montañas de los Cuentos Azules…
Allí será el nuevo retoñar de las disputas, y el mirarse de
soslayo para comunicarse nuevas dudas, y el inquirir si tales montañas no son
más bien las muy reales, conocidas y exploradas montañas de tal o cual país
naturalmente montañoso donde por casualidad nos hallaríamos, y el que si todas
las montañas de cualquier cuento o país que fueren no son de lejos azules… Y yo
volveré a hablar de la cercana dicha, de la vecina perfección, de la inminente
certidumbre ya próxima a tocarse con la mano.
Así hasta que realmente pisemos la tierra de los Cuentos
Irreales, adonde hemos de llegar un día u otro, hoy o mañana, dentro de unos
instantes quizás, y donde todos los ficticios ahora relucientes y radiantes
vienen a pedirme perdón de las ofensas que me hicieron, el cual les doy con
toda el alma puesto que estamos ya de vuelta en el Cuento en que acaso si
alguna vez, por único contratiempo o disgusto, aparece algún feo jorobado,
panzudo gigante o contrahecho enano. Bustos pequeños y grandes estatuas, aun
ecuestres, perpetúan la memoria de esta magna aventura y de la ciencia
estudiada o el arte no aprendido con que desde los países terrestres y
marítimos, o de tierra firme e insular, o de aguas dulces y salobres, supe venir
hasta aquí, no solo, sino trayendo a cuantos quisieron venir conmigo y se
arriesgaron a desandar la Realidad en donde habían penetrado. Mis propios
detractores se acercan a alabar y celebrar mi nombre, cuando mi nombre se alaba
ya por sí mismo y se celebra por sí sólo. Los gordos y folletinescos poderosos
que ayer no se dignaban conocerme ni sabían en qué lengua hablarme, olvidan su
desdén por los cuentísticos azules, y pretenden tener ellos mismos igual origen
que yo, y además haberme siempre ayudado en mis comienzos oscuros, y hasta lo
prueban, cosa nada extraña en el dominio de los Cuentos Imposibles,
Inverosímiles y Extraordinarios, que lo son hoy más que nunca. . . Mi hoja de
servicios ficticios es, en suma, de las más brillantes y admirables. Se me atribuyen
todas las dotes, virtudes y eminentes calidades, además de mi carácter ya
probado en los ficticios contratiempos. Y, en fin, de mí se dice: Merece bien
de la Ficción, lo que no es menos ilustre que otros méritos. . .
Por lo cual me regocijo en lo íntimo del alma, me inclino
profundamente delante de Vosotros, os sonrío complacido y me retiro de espaldas
haciéndoos grandes reverencias…
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