Una de las tradiciones religiosas venezolanas
de mayor arraigo es comprometer una
promesa al Nazareno y siempre se paga con luz de velas, asistencia a misas
y el uso de una túnica morada durante la misa y procesión del miércoles santo.
Cada ciudad y pueblo de Venezuela vive esa tradición en niños, jóvenes y adultos
con profunda fe para honrar a Dios.
El cuento del venezolano Julio Garmendia (1898-1977) recrea el
cumplimiento del “pago de la promesa” desde la protesta de un pequeño. Una
lectura para recordar nuestra infancia y nuestras tradiciones.
El miércoles santo, el pequeño Nazareno de túnica morada y grueso cordón
blanco, a nudos, bien ceñido alrededor de la cintura, sube-o debería decir
subir- entre papá y mamá, por la calle que conduce a la iglesia del Nazareno.
Pero no está dando pruebas, en absoluto, de aquella nazarena paciencia y
resignación correspondientes al personaje y a la indumentaria que le han sido
asignados. Todo lo contrario, demuestra un verdadero humor de perros-un humor
como pocas veces se habrá visto un Nazareno en miércoles santo-; rezonga y
lloriquea, y en vez de seguir a papá y mamá dócilmente, se hace halar, y otras
veces empujar, por uno de ellos dos. Intentan ambos convencerlo, le ruegan, le
prometen recompensas para luego, para un poco más tarde, cuando ya la visita al
templo haya sido hecha, la devoción cumplida, y la promesa , pagada, de acuerdo
con los términos del devoto convenio celebrado entre ellos y el Nazareno de los
milagros.
El pequeño Nazareno, no cabe duda, es duro y terco; ningún ofrecimiento
hace mella en su actitud- que es de franco sabotaje-; nada ni nadie lo obliga a
ir más ligero ni a dejar una cara menos agria. Cuando un helado de guanábana le
es gentilmente ofrecido (esto último en patente contradicción con todas las
tradiciones respecto al trato a acordarse a nazarenos, las cuales no incluyen
en absoluto helados de guanábana, sino hiel en hisopos en perspectiva
únicamente), cuando el helado, pues, le fue ofrecido, el pequeño Nazareno lo
arrojó al suelo, sin ceremonia ni compasión. Peor aún sin apetito. Es entonces,
en ese instante crucial, cuando papá le da una bofetada en la mejilla-
volviendo, ahora, de repente, a la observacia de las viejas prácticas que
repiten la manera de proceder con nazarenos y redentores. En atención a lo sucedido,
a la corrección, hubiera podido creerse que el pequeño Nazareno se hubiera
finalmente resignado a representar bien su papel y a convertirse en viva imagen
del gran Nazareno a cuya iglesia era llevado por papá y mamá. ¡Pero nada de
eso! Se puso furioso – aún más que antes-; se desencadenó, materialmente,
chillando y pataleando, y haciéndose llevar a rastras de ahí en adelante.
Perdiendo el último resto de su
santa calma y alzándose la túnica en plena calle concurrida, mamá le da unos
cuantos cordonazos, “a posteriori”, si puede decirse así, con el mismísimo
cordón blanco y de gruesos nudos que le estrecha la cintura, la delgada
cintura, al pequeño diablo indócil.
El
pequeño Nazareno, pues, para este instante-para esa “estación”, diremos
mística, de su ruta-,ha sido ya debidamente halado, empujado, golpeado,
abofeteado y azotado. Está, además, bañado en lágrimas, y su larga túnica
violeta de vistosos pliegues aparecía toda ella, también maculada por
salpicaduras, no de sangre, pero sí de guanábana- provenientes del helado que
fue lanzado por él mismo contra el cemento de la acera, contribuyendo así a su
propio castigo y sufrimiento. Sin nadie proponérselo, se daba entero
cumplimiento a todo, o a casi todo, el ritual correspondiente a nazarenos,
grandes o pequeños, forzosos o espontáneos, antiguos o modernos. El pequeño
Nazareno seguía gritando. Una nutrida concurrencia presenciaba el espectáculo.
Si no fuera por la decadencia de la fe en los días que corren- de la fe en dios
y de la fe en el Diablo-, es casi seguro que lo hubieran acusado, allí mismo,
de endemoniado agudo. Lo hubieran exorcizado, o hasta lo hubiesen quemado, ¡quién
sabe! Todos los otros nazarenos que había por la calle lo contemplan con ojos
de asombro.
Garmendia,J (1986) La hoja que no había caído en su otoño. Caracas : Monte Ávila Editores/INCE
Garmendia,J (1986) La hoja que no había caído en su otoño. Caracas : Monte Ávila Editores/INCE
Y la moraleja del cuento?
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